Tuesday, August 29, 2006

?quieres ser feluis?
Atero lamabiríco, desconetoren iberoturo. Lapareno acanocírico, ev círico lamioso. Carílando everlote, mutiro evírico, noreo arenélico, profílico, carivominante. Cataénico esperomunia et vocerín laudiminente. Narala espunte ecuritítco nefasto.
Quiero bourbon. Quiero whisky. Quiero cerveza. ?Con cuántos cigarrillos puedo medir el tiempo? Ojalá venga pronto la luz apacible del amanecer y apage las bestias que explotan en mi pecho, ojalá se calle el mundo y amanecezca y anochezca y resplandezca y las rayas rojas y blancas se apiaden de mi. Ojalá la luna sienta remordimientos y huya despavorida y no vuelva o azote las mareas y se entierren en el mar (vaya contradicción) los pecados, las angustias y el vacio. Tengo ganas de dietas de hierro. Aplaudo el hedor de mortecina que se esconde en la mirada inocente de los transeuntes trashumantes trashumeantes.

Hoy conocí a los productores de American Idol, y estaban orgullosos de serlo. Estoy sterligniano, tejadesco y duartriano. Mandemos al mundo a la papelera de reciclaje y no recobremos el .doc
Tengo rabia de quinceñera a la cual la prima le ha robado la atención en su fiesta de quince. Es la misma rabia de guitarra eléctrica desbocada en pradera primavera impoluta bastante puta petrificada. Sentí que mi mano podía romper las barras del vagón de tren vacío, que podía enviar millones y millones de jabs directos a la mandíbula del universo, y que, si llegaba a sangrar, de mi sangre brotaría la vida de la mismísima manera que un día los animalitos salieron del océano y les crecieron patas piernas para convertirse en tiranosaurios, king kong, burócratas y demás barbaridades. Pero los animales que saldrían, hoy, de mi sangre serían bestias condenadas caínescas acaecedoras de la dulce maldición perpetua que sufrimos los que aún amamos, así no haya destino en las flechas cursimentes cupidescas del amor inmaculado, que existe sólo porque mi padre y mi madre todavia se besan y se rien mutuamente. Serían búfalos maculados, iracundos en escencia, que se alimentarían del pasto virgen cuyo recipiente es el pubis angelical de quinceañeras derrotadas.

Tengo rabia milenaria, que explota como explotan los planetas. Tengo la misma rabia que ahora debe de tener Plutón. Tengo hambre kamikaze.

Monday, August 28, 2006

Hoy vi a una mujer pequeña con un perro pequeño y un bolso pequeño y, como era de esperarse, sólo tenía monedas de diez centavos. Cae la lluvia sobre los taxis amarillos. Los que usan turbantes no se inmutan; no tienen porque. Tengo una obsesión por cierta camisa roja de rayas blancas o blanca de rayas rojas. Me preguntan si sé cuánta parte del planeta tierra es agua, si sé cuánta parte de nuestros cuerpos es agua. Dios debe ser un reguero. Piso los charcos con absoluto placer. Abro la boca al cielo buscando bendiciones en formas de gotas de agua de elíxir de poder. El suelo está resbalozo y mis zapatos no colaboran. Los semáforos cambian en el asfalto, en el suelo se refleja la ciudad. Eso piensan, porque la verdadera ciudad no es la estática mole sino la que está en el endeble charco susceptible a caprichos ópticos y peatonales. Algún día una gota va caer para arriba y la gente se va asustar e incluso será primera plana en el Daily News. Las nubes somos nosotros, y en la pradera azulada del firmamento, figuras regordetas y espumosas nos buscan parecidos con perros y patos y espinazos. La planta sobrevivió, tal como lo había dicho, aunque un día cuando volví a casa alguien había podado las hojas secas que yo mantenía allí como recordatorio de nuestra irresponsabilidad colectiva. En el piso de la cocina había una de esas hojas secas y sin pensarlo me la metí en el bolsillo y desde ese día ando caminando felizmente culpable, merecidamente avergonzado. Me encantaría tener treinta años más y estar bebiendo whisky en un salón de baile de puebla, donde trabajaría una cantinera que guarda un parecido con la mesera salvadoreña a la que un viejo verde, o de camisa verde, le dijo que qué labios tan bellos y ella se los mordío para esconderlos, sin saber que morderse los labios es la manera más ineficaz de esconderlos. Quiero un escritorio caboa, donde en la madera oscura alguien haya escrito a máquina, derramado cantidades iguales de vodka y lágrimas. Quiero un knockout. Ver cómo le vuelan la mandíbula a un boxeador amateur, mientras yo celebro a los bailarines más tristez y con guantes que la humanidad pueda parir. Quiero tener un conversación con un viejo, y si es ciego mejor. Ando buscando que una cosa me lleve a la otra y que termine en una caverna donde se esconde el Gran Secreto, y ese Gran Secreto resulta ser que era la búsqueda porque lo que uno encuentra carece siempre de peso en proporción a lo desconocido, lo que uno tiene es ínfimo en comparación a lo que falta. La felicidad más vívida es la del deseo, el deseo es búsqueda, un estado que se mueve como charco y no está ahí como mole de ciudad estática. Quiero una pistola de agua. Dispararme la cien y que mis sensamientos queden remojados, escurriéndose por los orificios, para lo cual no habría más necesidad de controlar los esfínteres, ni los fisiológicos, ni los metafísicos.

Wednesday, August 02, 2006

Si todo el tiempo que gastamos hablando del clima lo usaramos para querer, estaríamos más cerca de aquella Epidemia de Felicidad.