Tuesday, November 28, 2006

No importa tanto lo que creemos que somos:
el tiempo pasará sólo para probarse inútil
y,
en el camino,
en la sucesión de segundos,
en la acumulación de arrugas,
también servirá para comprobarnos inútiles.

Todo lo bello siempre se define en contraste
sólo en contraste
con lo que no lo es.

Habrá que querer, pues, los días inútiles,
las tardes vacías,
la monotonía de los trenes
y los párpados cerrados.
Habrá que querer lo monotónico,
lo inaudible,
los momentos en que el mundo calla
y aun así es incapaz de silencio.

Tendrán sentido los momentos en que la alegría no alcance a ser euforia,
en que el placer no alcance a ser algo más,
en que la canción quede a medias
por los motivos equivocados.

Y si el agua que cae en la ducha
no es memorable,
habrá que quererla por no ser memorable.
Lo mediocre es una condición necesaria para que nazca lo sublime.

No nos desesperemos
si el Absoluto no nos ha visitado,
si no hemos podido abrazar el Universo,
saltar en el Instante,
mirar a los ojos la Eternidad.

Es de esperarse que no rompamos estructuras,
ni que cada movimiento en nuestra cama reinvente el mundo,
o que no nazcamos de nuevo después de cada estornudo.

No podemos desear lo que tenemos,
no podemos destruir lo que nadie ha construido.
No podemos negar lo que no existe.

No nos desesperemos,
que es en el pantano de lo cotidiano
de dónde salen los gases
que hacen explotarnos en lo increible.