Friday, May 05, 2006

Paracaídas

Me encanta la manera como se dice enamorarse en inglés. Falling In Love. Caer en amor. ¿Y qué es el amor si no eso? ¿Qué es caerse sino una acción involuntaria –aunque a veces buscada? Cuando uno se está cayendo es difícil detenerse. Por más que uno extienda los brazos en busca de algo en qué asir las manos, las posibilidades de seguir cuesta abajo son altísimas. Enamorarse también es ir cuesta abajo, en el sentido de que uno se rinde a la irracionalidad, y subyuga –o pone pausa- a cualquier atizbo de pensamiento lógico. La lista de prioridades personales también se ve afectada, boca abajo, a tal punto de que uno se preocupa tanto de la otra persona, como de sí mismo. Ya no sabe tan bien el delicioso helado que uno se come solo. Lo que uno hace sin el sujeto del enamoramiento siempre resulta menos coloridos y más insípido. Enamorarse es una caída narcotizada, con anestecia. Y cómo no disfrutar la caída y el enamoramiento, si ambas vienen acompañadas de una descarga de adrenalina que en el primer caso es acompañada de un avivamineto de sentidos, y –en el segundo- un adormecimiento de los mismos, y un enlelamiento del propio ser. Enamorarse, como caerse, puede ser agradable. Saltar de una roca a un lago y sentir como el cuerpo de uno corta el viento. En ambas ocasiones uno se enfrenta a eventos incontrolables. Volver atrás es tan imposible en un caso como en otro. A mí no me importaría caer o enamorarme todos los días, de no ser por el duro pavimiento del momento en que las relaciones son insostenibles. Dientes rotos o llamadas telefónicas marcadas de silencios oceánicos. Cuando uno se cae, o se le cae el enamoramiento, se entra a un estado de tal consciencia de sí mismo, que se puede escuchar el sonido del torrente sanguíneo en el oído interior. En ambas situaciones –y dependiendo de la altura de caída y profundidad de sentimientos- uno puede llegar a pensar que no se puede levantar de nuevo. Sólo se necesita ergir el cuerpo, limpiarse las manos, sacudir las ropas o ir a fisioterapia por tres meses. Eso sí, uno se promete tener más cuidado para la próxima vez. Pero si caer, como enamorarse, no fuera tan placentero, no existirían los paracaidistas.